Reflexiones en torno al Conflicto y la Justicia

Hugo Vilches Fuentes - Profesor de Historia del Derecho

La sociedad humana no vive en el paraíso. No tiene, ni ha tenido ninguna Edad de Oro. Tal vez, sí, el "paraíso" perdido o abandonado. Por tanto, nuestro mundo es un lugar donde no hay paz, al menos en forma permanente, ni justicia cabal. La guerra ha sido una constante en la historia de la humanidad. Ya Heráclito nos refiere en sus Fragmentos, recogidos por Diógenes Laercio, de la eterna discordia, la lucha de los contrarios, los polos opuestos que no se hallan, ni comprenden; la eterna incapacidad de ponernos de acuerdo los seres humanos en torno a aquello que consideramos relevante, incluso en los asuntos nimios, situándonos algunos de nosotros en el alfa de un problema sin poder ver, simultáneamente, que otros están en su omega.

Lo peor de todo es que frente a lo que consideramos valioso, importante, justo, razonable, etc., hay quienes se sitúan precisamente en la antípoda para aseverar y asegurar, desde ese otro extremo, que también hallan valiosa, importante, justa y razonable su posición, la opuesta. Esta es la infinita capacidad de ver sólo lo que queremos ver, cegándonos a lo otro, juzgándolo como ajeno, extraño, injusto, inmoral, inaceptable, habiendo quienes honesta y lealmente sostienen y quieren lo contrario.

De hecho, por ejemplo, las dos grandes explicaciones acerca del origen de la sociedad y del origen del poder político, en nuestro entorno cultural, nos señalan un comienzo nada halagüeño de la especie humana, sea ésta la naturalista (aristotélica y/o tomista) o la contractualista (hobbesiana). Para la primera, somos frutos de la "naturaleza caída", vehículos que transportamos el "pecado original"; para la segunda el "hombre es lobo del hombre" (homo homini lupus). Ambos realistas, concretos, pero basados en una visión hipotética de la génesis de todo. Para el idealista Rousseau, en cambio, también hipotético, "el hombre es bueno por naturaleza, pero, la sociedad lo corrompe": demasiado idealismo, "casi herético", porque juzga necesario volver las cosas a su estado natural para abolir la propiedad privada y restaurar la justicia, la paz y la bondad.

Pero los hechos humanos, históricos, frutos del realismo en confrontación con el idealismo, tienen mucha guerra y dolor a su haber, precisamente por constituirse en las antípodas mutuamente incomprendidas acerca del origen y fin de la vida social. Aún, diría, de la vida individual.

Estas reflexiones, el eterno dilema, el sempiterno conflicto, vienen a cuenta, en lo específico, a propósito de las demandas estudiantiles de nuestros días, en Chile. Nos preguntamos si este problema social, que cada día se torna más y más político-institucional, no es sino una demostración más de la infinita incapacidad de ponernos de acuerdo acerca de cómo debe ser, qué debe primar, hacia dónde va, qué características deben tener las antípodas, jurídicamente consagradas en la Carta Fundamental, del asunto central en cuestión: ¿el derecho a la educación o la libertad de enseñanza? Ésta cerca de las libertades y aquel de las igualdades.

No es primera vez que se riñen la libertad y la igualdad, porque no somos capaces de conciliarlas, equilibrarlas y otorgarle a cada una su espacio, de modo que una no ahogue a la otra ni la esclavice, sino que las armonice ¿Por qué? Porque nosotros, los sujetos que conformamos el soberano, no estamos en armonía ni en equilibrio, estamos cada cual en un extremo, incluso disfrutamos de una conciencia extremada o extremista y no dejamos que ambas fluyan como dos ríos cristalinos, sin darnos cuenta que con la primacía de uno sobre la otra el agua se enturbia e intoxica.

Como sociedad humana no hemos sido capaces de construir la paz y la concordia entre los seres humanos (tal vez nunca podamos) porque nos cuesta comprender la necesidad del próximo, fuente de las injusticias y padecimientos materiales del Hombre.