Herencia colonial
Un día después de la conmemoración del Encuentro de dos Mundos, es posible identificar una herencia, que pese a los más de dos siglos de emancipación nacional, respecto a la Corona, tenemos impresa como forma de organización administrativa y económica.
Claro, porque resulta paradójico, que pese a estar inmersos dentro de un sistema globalizado e interconectado, el Estado replica un modelo colonialista frente a sus regiones, manteniéndolas como unidades satélites, cuyo principal rol es obtener bienes, pero que frente a su poder decisorio, actúa como un hermano pequeño sobreprotegido, cuyo padre desconoce sus atributos, subvalorando sus habilidades para decidir su futuro.
El trabado proyecto de elección del gobernador regional, es un claro ejemplo de esta metáfora, luego que el poder político, a través del Estado, ejerce un discurso que determina la incapacidad que tendrán las regiones para definir su propio destino, pese al clamor popular que generamos todos quienes vivimos en las provincias, en especial en zonas extremas.
Otro ejemplo más de esta transmisión colonialista en la forma de administración del país, está en la comprensión del estudio Chile y sus 15 Regiones, que realizó el Observatorio de Sostenibilidad, realizado por la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, donde Tarapacá, Antofagasta y O'Higgins, son las tres regiones que menos invierten en Investigación y Desarrollo (I+D).
Paradójicamente, son estas tres regiones, con una neta orientación minera, las que aportan considerablemente al Producto Interno Bruto Nacional, pero cuyo retorno de los recursos explotados (en su mayoría materias primas o comodities) no se condice con una relación armónica.
Como regionalistas no apelamos hacia una autonomía total del Estado-nación, sino más bien perfeccionar esta herencia colonial de ver a las regiones como ciudadanos de segunda clase, encargados de generar riquezas, sin tener la potestad de definir una parte de los resultados de sus esfuerzos.