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Miércoles 29 de diciembre de 2021

¿Es aconsejable la continuidad en política de fronteras?

Haroldo Dilla Alfonso
Director, Instituto de Estudios Internacionales, UNAP

 

 

En días pasado la prensa dio cuenta de una reunión del presidente electo Gabriel Boric con la embajadora Ximena Fuentes, directora de  la Dirección Nacional de Fronteras y Límites del Estado (DIFROL). En una declaración final, el presidente electo anunció que, en materia de fronteras y límites, seguiría las políticas anteriores que definía como “de estado”. El algún lugar se mencionó la palabra “continuidad”.

Se trata de una palabra que puede resultar tranquilizadora para algunos sectores, y conveniente cuando se refiere a cuestiones como los límites nacionales que siempre están afectados por conflictos –dormidos, latentes o desplegados- con nuestros vecinos. Pero cuando nos despegamos un tanto de la cuestión estrictamente limítrofe y entramos al campo fronterizo -es decir, de comunidades que interactúan, intercambios comerciales, movimientos de personas y autoridades locales que deben ser tomados en cuenta- el asunto cambia completamente de carácter.  Y lo afirmado por el presidente electo sonaría a continuidad de políticas e instituciones rudimentarias e insuficientes, que colocan a Chile en uno de los lugares menos auspiciosos en el tratamiento de sus fronteras que, repito, no son simplemente los límites.

No es necesario ser un experto(a) en temas fronterizos para entender que algo anda mal en este campo. Las situaciones fronterizas nos han saltado a la cara en Iquique, Colchane, Arica, y Punta Arenas. Hemos visto en todos estos lugares a alcaldes y gobernadores desairados por políticas adoptadas en los centros, cierres fronterizos en desmedro de la vida cotidiana de la gente –que se basa justo en el cruce de esas fronteras-, pésima gestión de los flujos de movilidad humana, gente que protesta por una u otra razón, y a más largo plazo, carencia de políticas de desarrollo que asuman la relación transfronteriza como oportunidad y no como problema.

En el fondo de esta situación yace la incapacidad crónica del Estado Chileno para asumir sus fronteras como espacios dinámicos a la altura del siglo XXI. No ha habido en toda la historia constitucional reciente una mención específica a las fronteras, ni hay una ley de desarrollo fronterizo, ni regímenes institucionales apropiados. La única institución que trata específicamente el tema de fronteras es la ya mencionada DIFROL, un organismo con personal muy competente pero con una misión casi idéntica a cuando fue creado por el gobierno de Eduardo Frei (padre): “un organismo asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, cuya misión principal es preservar y fortalecer la integridad territorial del País, brindando asesoría profesional y técnica, en el ámbito jurídico y en el relativo a las ciencias de la Tierra, al Supremo Gobierno en materias de fronteras y límites” (subrayados míos). 

El Chile que fue vitoreado masivamente la noche del 19 de diciembre no puede ser el de la continuidad de esta falencia institucional en lo que a fronteras concierne. Se requiere una acción más enérgica para redefinir la propia DIFROL, potenciar los espacios locales de relacionamientos transfronterizos que hoy residen casi exclusivamente en los adormecidos Comités de Fronteras, otorgar mayores atribuciones a las autoridades locales para la planeación del desarrollo a partir de estas dinámicas transfronterizas. Y se requiere un diagnóstico de los territorios fronterizos existentes (es decir, aquellos lugares que no solamente albergan un límite, sino también una dinámica de contactos socioconómicos y culturales que trasciende ese límite) y que reclaman políticas diferenciadas. Evidentemente Arica, Colchane y Chile Chico necesitan otros enfoques, pero no iguales entre si.  

Es desde esta perspectiva que vale la pena mirar a las fronteras en este Chile que votó por el cambio. Creer que la continuidad de las políticas fallidas precedentes es la vía, es un error. Es seguir viendo a las fronteras como problemas, obviando sus oportunidades. Es lo opuesto a lo que se debe hacer.