Sistema de educación superior al pizarrón

El sistema de financiamiento de la educación superior en Chile está viviendo días complejos. Sumado a su histórica situación de permanente crisis y cuestionamientos de modelo que a nadie parece acomodar, se le agregó la variable pandemia.

Producto de esto último, el sistema se ha visto amenazado, incluso las instituciones privadas, por la evidente caída en las matrículas, deserción y morosidad en el pago. Situaciones que pusieron en evidencia a un sistema frágil, que durante décadas ha promovido un modelo de autofinanciamiento, de competencia por recursos y que depende en gran medida de los ingresos por aranceles de docencia. Un sistema que invita a dejar de lado otros desafíos importantes como la vinculación con el territorio, el rol social, ofertas de carreras mal llamadas no rentables y la generación de conocimiento por estar preocupados de la viabilidad financiera.

La llegada de la gratuidad pudo traer solución a muchas y muchos estudiantes, pero no a todos y adicionalmente,  puso en una situación financiera muy compleja a las instituciones acogidas a ella, debiendo asumir nuevas obligaciones de alto costo, muy cuestionadas.

Un nuevo actor que se viene a sumar, son los llamados aranceles regulados, que han puesto a las agrupaciones de universidades existentes a cuestionarlos y a estar en estado de alerta por considerar de alta amenaza e impacto en los ingresos de las instituciones, con parámetros que no son compartidos y que están siendo analizados por una comisión de expertos, encendiendo las alarmas del parlamento.

Se requiere ahora una discusión país sobre lo que se espera de las universidades y en forma muy particular de las estatales regionales, y si Chile está dispuesto a apoyarlas para su sustentación y roles de futuro. No todo es viabilidad, no todo debe ser rentabilidad, pues la educación es una verdadera llave maestra para la movilidad social.