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Jueves 4 de enero de 2024

«El delirio de los ausentes»

Iván Vera-Pinto Soto

Pedagogo, cientista social y dramaturgo

Por dónde se la mire, la guerra es un asunto absurdo y cruel. Por lo menos en el discurso nadie la defiende, sin embargo, en la realidad es el pan de todos los días. Su origen se remonta a los comienzos de las civilizaciones, tal vez, desde aquel momento en que algunos caudillos y tiranos, apoyados por los grupos de poder, decidieron que ella era el mejor instrumento para alcanzar, de modo egoísta y rapaz, sus fines económicos, ideológicos y políticos. Hoy, la lógica del mercado, es decir del capitalismo, se transforma en el correlato que justifica la práctica bélica siniestra, cuyo único objetivo es perennizar este paradigma de sociedad.

Las interpretaciones filosóficas que se hacen en torno a esta experiencia universal no han concluido, pues esta, al igual que un virus, se propaga por todo el mundo, mutando, de acuerdo con los diversos contextos temporales y espaciales, incorporando, así, nuevas estrategias de aniquilamiento cada vez más mortíferas y sofisticadas.

Pasan las épocas, desaparecen hombres y mujeres, se derrumban las utopías, pero la guerra pareciera que tiene existencia eterna, constituyéndose en una paradoja brutal de la humanidad, ya que en esencia ella representa la negación de la vida.  Desgraciadamente, la historia se repite, una y otra vez, porque, obviamente, no acabamos nunca de aprender. Hay que advertir que, muchas veces dicha problemática de Estado, ha sido escamoteada por los regímenes dictatoriales o si se habla de ella es desde una óptica antojadiza de las clases que detentan el poder político, negando el evidente cariz oscuro que tiene este fenómeno socio-político en la historia de los pueblos. Incluso las tramas trágicas y las masacres, se ocultan, se entierran y se olvidan, a veces con el supuesto objeto de intentar superar los traumas sociales que las mismas han generado o simplemente para obrar con total impunidad. 

Pues bien, la guerra es una materia que desde el teatro griego hasta nuestros días ha sido abordada por distintos dramaturgos clásicos y contemporáneos, generalmente, con argumentos orientados hacia un sentido moral, ético, crítico y esclarecedor, por supuesto no podía ser de otra manera, bajo la configuración de disímiles géneros, formatos y estilos. Desde Los siete contra Tebas (467 a. C.) de Esquilo, la primera obra teatral que desarrolla su acción en una contienda bélica, hasta Bertolt Brecht (Madre Coraje y sus hijos), Fernando Arrabal (Pic Nic), Jean Paul Sartre (Los secuestrados de Altona), Eugenio Ionesco (El rey se muere), Alfonso Sastre (Escuadra hacia la muerte) y no pocos autores latinoamericanos que han enfocado su trabajo escritural sobre ciertos conflictos regionales, tal es el caso de la guerra de las Malvinas y los conflictos internos regionales (Colombia y Perú), por citar algunos ejemplos.

 

Dicho conjunto de poéticas dramáticas y escénicas han construido mecanismos teatrales de estimulación de la memoria, mediante la creación y escenificación de episodios concretos ocurridos en muchas latitudes, los cuales están intencionados o citados como referencias tangenciales en las historias dramáticas. Está claro que la toma de conciencia que despiertan estas piezas y la sensibilidad que suscitan, pretenden conformar, de cierta manera, el antídoto contra la esquizofrenia bélica, aunque hay que reconocer que algunos artefactos no han alcanzado un sustantivo aporte literario ni escénico, puesto que han tenido una intención más bien didáctica y de propaganda.

 

A nuestro juicio, dentro del ámbito cultural, el teatro, quizás, haya sido, una de las manifestaciones artísticas con mayor eficacia en la toma de conciencia de la tragedia social, debido, entre otros factores, a los efectos procedentes de la acción del convivio. Por otra parte, en los últimos decenios, el vínculo entre escena y memoria han convocado la atención de quienes se consagran tanto a las Ciencias Humanas como a las Artes. En ese ámbito, el teatro, en particular, constituye un instrumento de construcción, transmisión y conservación de la memoria, la que según Paul Ricoeur en el texto La memoria, la historia y el olvido (2004): «es el presente del pasado, cumpliendo de esta manera la tarea de restituir lo que ha tenido lugar, por lo cual se halla en su seno la huella del tiempo» (p.13).

De acuerdo con el punto de vista anterior, expliquemos que: si nos situamos en el papel social que le compete al teatro, podemos concluir que este arte por su naturaleza es un lugar de memoria, visto que, como forma de representación, se alimenta constantemente de la memoria al manifestarse como una enunciación discursiva cuyo tiempo coincide con el tiempo del enunciado. Desde ese nivel, suponemos que este arte, como depósito de memoria, busca reinterpretar y dar significado estético a la guerra, ensanchando el acervo de la documentación de actores, entidades y praxis en relación a un conflicto histórico determinado, contando aquello que es conocido y desconocido por intermedio de dispositivos sensibles. Está visto que, el lenguaje teatral configura espacios donde suceden actos de memoria, duelos, reparaciones, catarsis y encuentro fraterno. De esta forma, en ciertas circunstancias, el teatro emerge como una memoria reconciliada y digna para la comunidad.

Incitado por las ideas explicitadas y también por los últimos acontecimientos ocurridos en Ucrania y en el Medio Oriente, una vez más, he dirigido el foco creativo hacia este tópico. De este modo, recientemente, ha nacido una farsa negra con el nombre de El delirio de los ausentes. En ella, tres protagonistas interpretan la vida desolada de los refugiados y la muerte de la razón, y la verdad en manos de la impactante máquina militar, mediante el uso de un juego mordaz y sarcástico que oscila entre la realidad y la ficción. Sin duda el auténtico mensaje del trabajo dramatúrgico es que, a pesar de toda la maldad y las brutalidades del genocidio, cada sujeto con su individualidad e imaginación podría cambiar la realidad, empero, el destino podría traicionar sus propósitos.

Por lo pronto, puedo adelantar que el procedimiento discursivo no tiene un sentido testimonial, en la medida en que se trata la temática desde una visión esencialmente paródica, en la que farsa y absurdo se entremezclan, ya que, por su propia naturaleza, la guerra es algo irracional y desatinado; en consecuencia, creo que es preferible desnudarla desde el lenguaje descabellado. Tampoco se conoce una correlación geográfica: en ningún pasaje se especifica qué naciones están en disputa ni cuál es el motivo, ni quién constituye uno y otro de los bandos en discordia. Ciertamente, todo este contenido desgarrador está diseñado bajo una dinámica lúdica, propia de la farsa contemporánea.

Así, El delirio de los ausentes, pretende inaugurar la cartelera 2024 del Teatro Universitario Expresión, en el marco del 45 aniversario de este prestigioso elenco iquiqueño.