Lunes 18 de julio de 2022

La Tirana: reina del Tamarugal

Texto: Bernardo Guerrero Jiménez, Sociólogo

Fotografía: Hernán Pereira Palomo, Académico

Cuenta la leyenda: una princesa india, cruel y despiadada, toma prisionero a un portugués que había trabajado en Huantajaya. Se enamora y se convierte al cristianismo. Ambos son ajusticiados. Tiempo después un fraile encuentra un montículo y sobre él, una cruz. Esta es la versión que el historiador peruano Cuneo Vidal cuenta. Así nace la peregrinación a la “China”.

El desarrollo del movimiento de peregrinos solo toma cuerpo como lo conocemos hoy desde fines del siglo XIX, teniendo como marco de referencia la intensa actividad salitrera de la pampa.

Durante cada festividad, se actualiza un complejo de prácticas y de creencias, en una puesta en escena de las más profundas motivaciones religiosas. El despliegue de bailes colectivos, de indumentarias de colores, de música y sobre todo de un fervor popular contradice las promesas de la modernidad, especialmente de aquellas que hablaban de un ser humano autónomo que ya no necesitaría de un dios para ordenar su vida. Lejos de reducir su presencia, esta fiesta ha ido creciendo. Son peregrinos que consumen bienes de la modernidad, sobre todo tecnología, pero que siguen creyendo que sus vidas serían incompletas sin esa conexión con la divinidad.

Cada 16 de julio y desde hace más de un siglo los humildes del Norte Grande de Chile pintan con sus trajes multicolores el paisaje del desierto más árido del mundo, con su música modelan el sonido del viento y con su fe se encomiendan a la “China” para que esta les dé lo que la sociedad a menudo les niega: sentido de vida, esperanza y un mundo mejor.

Acuden a esta fiesta cerca de 220 grupos de bailes religiosos con un promedio de 30 danzantes por cada uno. Son coreografías  colectivas, ordenadas en dos filas, una de hombres y otra de mujeres, aunque hay bailes exclusivamente masculinos y femeninos. Entre las dos filas se ubican los figurines, quienes  son acompañados por una banda de músicos, que tocan instrumentos de percusión y de viento.

Para el núcleo hegemónico del nacionalismo duro cultivado desde las elites de Santiago la fiesta de La Tirana, incomoda. Pero más allá de este festejo, le perturba el Norte Grande. Independiente de las riquezas que el Estado chileno obtuvo por hacerse de los ricos yacimientos de salitre, producto de la Guerra del Pacífico (1879-1893), este territorio fue percibido como no-civilizado, pagano y atrasado. De allí la necesidad de evangelizar y de chilenizar. Tarea que hasta el día de hoy prosigue.

En la fiesta de La Tirana,  el  Norte Grande  manifiesta, a pesar de la evangelización y de la chilenización, una identidad Pan Andina, popular y mestiza. La Tirana, es una puesta en escena de un espacio trinacional que se divide producto del nuevo dibujo de las fronteras como consecuencia de la Guerra del Pacífico. Chilenos, peruanos y bolivianos conviven en este espacio sagrado, al menos una semana. En la fiesta de La Tirana se cohabita en un ambiente comunitario, en la que todos sus participantes, ven en la China, la Virgen del Carmen, a la madre que protege y vigila por la salud de sus hijos.

 

 


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